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Por Jorge Sanchez

Ya advertía Ernesto Laclau que el populismo como lo conceptualizó en su obra no trata del contenido ideológico de un modelo político. Trata de la configuración del poder construido en base a la retórica, sus imágenes asociadas y los lazos emotivos que ellas son capaces de cultivar entre la opinión pública y el electorado. Opera movilizando demandas insatisfechas invocadas en significados resonantes para esos sectores. En un paso más, son amplificadas y masificadas por la tecnología de la información y las comunicaciones. Es la movilización misma la que construye poder. Lo hace primando sobre la institucionalidad o a pesar de ella. Emplea medios que como bien ha señalado Daniel Inennarity, son privados. Así las cosas, los contenidos de corte colectivista tanto como los individualistas pueden darle entidad indistintamente y están expuestos de la misma manera a la manipulación.

En 2023 y lanzado ya el proceso electoral argentino, el Profesor Elías Palti (UBA) explicaba la significación del antiprogresismo lograda por un discurso que aglutinaba demadas insatisfechas del electorado. Ciertamente se trataba del hartazgo por el oportunismo disfrazado de progresista. El proyecto emergente construía poder (lo sigue haciendo) a partir de una movilización que enfatiza la emotividad en su contestación. La idea de casta articuló una renovada polarización del electorado. Instrumentalizó la oposición contra la oferta electoral de una configuración de poder anterior y que se había construido de la misma manera. En base a la retórica, imágenes y lazos emotivos alrededor de otras preferencias ideológicas. El epidérmico cambio que atravesábamos sustituía el Viva Perón Carajo por Viva la Libertad Carajo. 2025 promete entre otras cosas, la reedición del instrumento.

La administración de Presidente Milei en tal caso, ha renovado el régimen populista cambiando el contenido ideológico de sus significantes y el vehículo de las comunicaciones que procuran la movilización de la opinión pública. Pero preserva la pretensión de una relación directa entre masa electoral y líder aún por fuera de las instituciones representativas. Alimenta en nuevos términos la polarización que inhibe el pluralismo. Cualquier disidencia, visión alternativa e incluso minorías es objeto de descalificación. Entretato, su logro más importante es sin dudas la estabilización de la economía argentina. Aun cuando auspiciosa, constituye un proceso en ciernes y todavía vulnerable. Habida cuenta de que no es el primer caso de estabilización exitosa de los últimos 40 años en Argentina, conviene poner foco en su sostenibilidad. Se trata de un ejercicio urgente en el intento por anticiparnos a la suerte de las anteriores.

La construcción de poder movilizando la opinión pública y los electorados al margen de las instituciones representativas tiene como contracara la inobservancia de la condición fundamental del desarrollo capitalista. Es en un marco de respeto por la libertad, el pluralismo y la estabilidad en sentido amplio donde se resuelve la fortaleza de las instituciones. Son estas y solo cristalizadas en el tiempo y no en un par de años, las que ofrecen entornos previsibles para la inversión y el desarrollo de alternativas competitivas. Esta es la secuencia capaz de crear nuevas actividades y empleo. Pretender que la estabiización es suficiente para resolver nuestros problemas, que la expectativa por derramar crecimiento blindando algunas actividades económicas y más aún; que los índices económicos empleados como sobreactuada publicidad contribuyen a alguna transformación que consolide el poder no es más que una enorme y peligrosa reducción.  Son supuestos no solamente dudosos. También son ajenos a las tan pregonadas ideas de la libertad. El tratamiento de estas aristas del desarrollo precisamente, le valieron el Nobel de Economía a Acemoglu, Johnson y Robinson en 2024.

Comprender la relación entre las necesidades inmediatas del renovado proyecto populista y los requerimientos en el tiempo de la transformación de la economía argentina remite a las reglas de transacción política que operan como interfaz. Es solo por la vía de valores compartidos y el control por oposición de intereses como puede esperarse la emergencia de criterios sostenibles para la acción colectiva. No hay posibilidad de tal cosa sin debate plural y participativo y reglas de acción asociadas. Es esto y no la genialidad de nadie la causa eficiente de un mejor desempeño economico. Pretenderlo al revés ha sido la inútil constante desde 1930. Anticipa en lo inmediato el escandoloso espectáculo de trasvestismo político al que asistirá la opinión pública en las elecciones de medio término. El oportunismo operará como criterio de decisión excluyente. Finalmente, Argentina fue relevante mientras su economía estuvo montada en procesos de mercado alrededor de recursos estratégicos. Este era el papel de los naturales a principios del siglo XX en entornos de integración creciente.  Los recursos estratégicos del siglo XXI son propios de procesos que explotan el conocimiento y transcurren en entornos de realineamiento global. Nuestra presencia en ellos es marginal y es dificultada por la fragmentación regional. Ello hace irrepetibles las condiciones que apalancaron nuestro desarrollo. La emigración regional, Mercosur y Venezuela dan cuenta de la incapacidad por posicionar a la región frente al reordenamiento en proceso. La recuperación de alguna relevancia argentina no es factible en una región fragmentada.  Solo en bloque las enormes ventajas naturales latinoamericanas podrían ser capitalizables para cada nación en términos más equilibrados que en el siglo XX.  

Jorge Sánchez es Consultor Asociado en Claves ICSA Master of Business Administration por Broward International University, Diplomado en Políticas Públicas por UNPSJB, Diplomado en Economía Austríaca por ESEADE, en Negocios Internacionales por UNLZ y en Innovación Abierta por UTN.

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